En el marco de la Feria Agropecuaria de San Pedro (FASP) se realizó la conferencia “Gestión y Rentabilidad: Integración Agrícola-Ganadera como motor de valor”, a cargo del Ing. Agr. Diego Heisecke y del Ing. Agr. MBA Naio Alonso, miembros de Lidera Estudio Agropecuario. La charla atrajo a numerosos productores de la región, interesados en conocer alternativas para enfrentar un escenario marcado por costos crecientes, suelos en deterioro y una campaña climáticamente compleja. Tanto Heisecke como Alonso desarrollaron, con fundamentos técnicos y económicos, cómo la integración puede operar no solo como estrategia de manejo, sino como un verdadero impulsor de rentabilidad y resiliencia.
En su intervención, el Ing. Agr. Diego Heisecke presentó un análisis detallado del contexto productivo de San Pedro, el segundo departamento con mayor superficie agropecuaria del país, pero también uno de los más afectados por la degradación del suelo. Señaló que, pese al avance tecnológico, muchos sistemas siguen mostrando pérdidas progresivas de estructura, materia orgánica y capacidad de infiltración, lo que resulta especialmente preocupante en años de pluviometría irregular. Heisecke, con experiencia en campos integrados de regiones bajas, remarcó que la integración bien manejada contribuye a revertir parte de ese deterioro, pues permite sumar raíces más profundas, mayor actividad biológica y mejores condiciones físicas del perfil. Destacó además que el pastoreo controlado no implica pérdida de cobertura; por el contrario, en modelos correctamente manejados, el pisoteo moderado favorece la incorporación de rastrojos al suelo y mejora el contacto semilla-suelo en la zafriña, efecto que han medido consistentemente en trabajos en conjunto con el CEA.
“Jugar en ambos lados de la cancha”
El consultor recordó que el productor moderno ya no puede depender únicamente de una actividad. La volatilidad de precios internacionales, la creciente profesionalización del negocio y la necesidad de amortiguar riesgos climáticos obligan a “jugar en ambos lados de la cancha”, tanto en agricultura como en ganadería. En su experiencia personal, integrar permitió transformar campos degradados en sistemas estables entre 10 y 15 años después de iniciar el proceso, con mejoras visibles en densidad aparente, porosidad, infiltración y disponibilidad de nutrientes, especialmente fósforo y potasio, enriquecidos naturalmente por el estiércol y la orina del ganado. Señaló además que, en estudios recientes, los lotes integrados mostraron incrementos de hasta 22% en productividad de soja respecto a sistemas exclusivamente agrícolas.

“La integración no es un único modelo, sino una estrategia adaptable”
Por su parte, el Ing. Agr. Naio Alonso desarrolló una explicación amplia sobre los modelos de integración más utilizados y su aplicabilidad en distintas realidades productivas. Recordó que la integración no es un único modelo, sino una estrategia adaptable compuesta por esquemas rotacionales, simultáneos o complementarios, según los recursos y objetivos de cada establecimiento. Presentó un análisis histórico de pluviometría de los últimos 30 años en San Pedro, mostrando cómo se pasó de promedios estables de 1.600 a 1.700 mm anuales a registros recientes mucho más erráticos, con años en que apenas alcanzan los 1.200 mm. Esta tendencia, planteó, obliga a mejorar la eficiencia en el uso del agua, y la integración es una de las herramientas más efectivas para ello. La presencia de forrajeras perennes o anuales aumenta la masa radicular, mejora la capacidad de retención hídrica y deja una cobertura más durable para la siembra de soja.
En un espacio de la presentación dedicada al factor económico, Alonso demostró con números concretos cómo la integración modifica el resultado final del negocio. Explicó que, en modelos moderados de pastoreo en zafriña, especialmente con brachiaria rusa intersiembrada en el maíz, el productor puede obtener entre 200.000 y 240.000 guaraníes adicionales por hectárea sin sacrificar la cobertura necesaria para el siguiente cultivo. Este diferencial surge de la generación simultánea de carne y grano, una combinación que no solo incrementa el ingreso directo, sino que reduce la dependencia del comportamiento de un único rubro. En años de precios deprimidos de la soja, la venta de kilos de carne permite sostener márgenes que, de otro modo, quedarían fuertemente afectados. A esto se suma la reducción del costo de alimentación dentro del sistema ganadero, ya que producir alimento dentro del propio establecimiento disminuye significativamente los gastos de suplementación y logística.

Alonso subrayó además que los análisis comparativos muestran márgenes entre 5% y 10% superiores en sistemas integrados respecto a los exclusivamente agrícolas, incluso en escenarios conservadores y sin considerar el efecto a largo plazo de la mejora del suelo. También comparó la utilización de maíz de bolsa certificada frente al maíz de bolsa blanca, demostrando que el material certificado genera menos fallas de implantación, mejor comportamiento sanitario y rendimientos más altos, lo que termina potenciando aún más la rentabilidad del esquema integrado. “La integración, señaló, no solo hace que la tierra produzca más; hace que produzca mejor y, sobre todo, que deje más dinero por hectárea con menor riesgo”. El profesional insistió en invitar a los productores presentes a realizar sus propios números considerando que cada región y cada campo tienen una realidad diferente.
Ambos disertantes coincidieron en que el crecimiento agrícola del Paraguay, que pasó de un millón de hectáreas a más de tres millones y medio en poco más de dos décadas, obliga a adoptar modelos cada vez más eficientes y sostenibles. En ese contexto, la integración se presenta como una forma moderna de producción que acompaña las demandas técnicas, económicas y ambientales del país. “La tendencia no es ser solamente agricultor o ganadero”, afirmó Heisecke, “sino convertirse en un productor integral capaz de gestionar sistemas más complejos, pero también más estables y rentables”.




