Una joven mujer desciende de un enorme camión lleno de granos en el silo. El vehículo, cuyo tamaño es considerablemente mayor que el de su conductora, llamó la atención en las calles del distrito de Doctor Raúl Peña, al sur de Alto Paraná, en plena pandemia. Visualmente, el camión aún parece desproporcionado para ella, pero no así la responsabilidad que llevaba consigo: la entrega de la producción de toda su familia. Ella es Nayara Venzke, una joven paraguaya que se adentra cada día más en el negocio agropecuario familiar, así empezó su historia laboral, pero hoy ha crecido muchísimo y continúa decidida a continuar con el legado de su familia.
Nayara recuerda que si bien toda su vida la vivió apoyando a su familia en la producción agropecuaria, su mayor involucramiento surgió en plena pandemia, obligada por la situación que dejó a los miembros de su familia sin mano de obra de apoyo.
La pasión por el trabajo del campo se consolidó por la transmisión de la experiencia de sus padres, pero Nayara además lo siente en la sangre. Hace 45 años, cuando el monte aún cubría gran parte de Paraguay, sus abuelos, provenientes de Brasil, llegaron al país con sueños de prosperar. Su familia, decidió hacer de esta tierra su hogar. Su padre, nacido en Brasil, pero criado íntegramente en Paraguay, compartió con ella historias sobre los primeros tiempos de la familia en Raúl Peña, donde empezaron a construir una casita sencilla y a trabajar en la chacra, buscando sobrevivir con la agricultura. “Papá contaba que trabajaban con producción de menta”, recuerda Nayara.

Una conexión inevitable
Ella nació en Santa Rita, pero creció entre los verdes paisajes de Raúl Peña. Desde pequeña, su conexión con la chacra fue inevitable. “Ayudaba a mi mamá con las pocas vacas que teníamos, pero siempre que podía, me escapaba a estar con papá, cosechar, plantar, lo que fuera, yo estaba ahí”, dice. Hoy, Nayara trabaja con su familia en una producción lechera que ha crecido hasta contar con un total de 220 cabezas de ganado, tarea que se mezcla con el pulso de labrar la tierra que, como siempre, sigue siendo el motor de su vida. “A mi mamá siempre le encantaron las vacas. Ahora yo cuido la parte de reproducción y ella hace los demás cuidados. En la chacra trabajo con papá, haciendo flete con el camión. Si hace falta, ayudo en la siembra, lo que haga falta, lo voy haciendo”, dice con una sonrisa que refleja orgullo y dedicación.
El cambio al que obligó la pandemia
El cambio más grande llegó con la pandemia. “Nos quedamos sin gente. Éramos solo mi papá y yo”, relata Nayara, recordando aquellos días difíciles. Pero en lugar de detenerse, encontró una forma de salir adelante. Ella tenía sólo 17 años pero no dudó al momento en que le hizo la propuesta a su familia: “Le dije a papá, dame un tractor, voy a la chacra y te voy a ayudar”, y así, el trabajo de campo tomó un giro inesperado. “Papá me compró un chimango, fue mi primera máquina” recuerda, progresivamente fue manejando todas las máquinarias necesarias, subió al camión para transporte y de esta forma, pasó de ser una joven que ayudaba en la chacra a convertirse en camionera, sin dejar de lado su pasión por la agricultura.

“Los momentos más felices de mi vida los pasé en la chacra”
“Para mí, la agricultura representa todo lo mejor que hay en la vida”, dice con firmeza. “Sin la agricultura uno no sobrevive. Los momentos más felices de mi vida los pasé en la chacra. Si estoy en casa, estoy triste. Para mí la agricultura es todo, pasión, alegría. No me veo sin la agricultura en mi vida”, sentencia.
Su relación con sus padres fue fundamental en este proceso. Reiteró en varias ocasiones que la pasión por la lechería la recibió de su mamá y la agricultura de su padre. “Papá siempre fue muy abierto, además en la pandemia, como quedamos solitos, tenía que abrirse conmigo y dejarme trabajar. Aunque la pandemia y una enfermedad de columna, le obligó a soltarme, yo siento que confía mucho en mí. Es muy fácil trabajar con él”, dice con una mezcla de gratitud y cariño.
El liderazgo de una joven mujer peñense
Con el tiempo, Nayara se ha sumado al trabajo cooperativo, organizándose con jóvenes de su comunidad y convirtiéndose así en una líder joven desde el trabajo y el ejemplo. Desde su lugar en la red de jóvenes de Unicoop, se dedica a motivar a los jóvenes a quedarse en el campo y fomentar el movimiento familiar. “La mayoría quiere irse a la ciudad, pero si el campo no produce, la ciudad no se alimenta. Algunos deberían quedarse a producir, a ayudar”, expresa, con la misma pasión con la que recuerda su niñez entre vacas y cultivos.

La pequeña gran camionera
Hay una anécdota que Nayara recuerda con cariño y una pizca de humor. En un día de trabajo de cosecha, un día cualquiera en que desarrollaba sus tareas en la chacra. El camión se llenó y escuchó de su padre una de las frases que marcaría una nueva etapa en su vida joven, “ya está, llevá al silo”. Era la primera vez que iría sóla, con sólo 17 años.
“Estaba sola en el camión… y dije, guau… ¡Me voy!. Siempre tuve mucho coraje, me gustaba aprender por mí misma. Me metí en el camión y al llegar al silo paré, recé un poquito… porque sentí que era mucha responsabilidad… pero lo hice”, dice contenta; acotando que hoy en día, ya es una tarea que puede desarrollar con toda tranquilidad.
Y es que el campo es su lugar, su hogar. “El campo es un lugar maravilloso, con los paisajes más lindos. Por supuesto que en la ciudad hay cosas lindas, pero en el campo todo es más puro y bello”, asegura. Una de las lecciones que Nayara destaca es la importancia de la confianza entre padres e hijos. “Es muy satisfactorio ver que tus padres confían en vos. Yo trabajo mucho con jóvenes y veo que hoy en día, la mayor dificultad es que los padres le dejen al joven involucrarse. Con mi familia fue muy distinto. Siempre me enseñaron cómo tenía que trabajar, me dieron soporte y me dejaban trabajar sola”.