Pietro Pagani, máximo responsable y fundador del think tank italiano Competere, analista geopolítico y profesor en la Universidad John Cabot de Roma, ha publicado un artículo de opinión en su blog que fue replicado por medios de Europa, en el que aborda las consecuencias de la sustitución de las proteínas cárnicas en la dieta mediterránea por proteínas de origen vegetal para los consumidores europeos.
El artículo, en su idioma original, está disponible en la web de Competere, y una versión en español ha sido replicada por Eurocarne, por considerarlo de interés para el sector. Nosotros también hacemos eco de esta importante reflexión, especialmente relevante para un país productor como el nuestro.
Según Pagani, “el debate sobre la sustitución de las proteínas animales por proteínas vegetales es cada vez más intenso, alimentado a menudo por posiciones ideológicas apoyadas por poderosos intereses económicos y lobbies, que sorprendentemente también han recibido la comprensión de las instituciones europeas. Este fenómeno está provocando una emulación, impulsando a muchas personas a abandonar el consumo de carne sin evaluar adecuadamente las consecuencias tanto para la salud individual como para el tejido económico y social. Las proteínas vegetales, aunque tienen un papel complementario, no pueden garantizar por sí solas una dieta completa y equilibrada. Gracias a su composición única, la carne es esencial para la salud y la vitalidad humana. A diferencia de una dieta omnívora, una dieta basada exclusivamente en proteínas vegetales puede provocar deficiencias nutricionales significativas que impactan en la salud, como fatiga, pérdida de masa muscular, debilidad del sistema inmunológico, y dificultades en el crecimiento y la reparación celular.”
Las proteínas de la carne tienen un perfil de aminoácidos excepcional, por lo que se las denomina “nobles”, ya que aportan todos los aminoácidos esenciales en las proporciones adecuadas para apoyar el metabolismo humano. Elementos como la leucina, la metionina y la isoleucina son cruciales para la síntesis de proteínas, el crecimiento muscular y la reparación celular. En cambio, las proteínas de origen vegetal, aunque complementarias, a menudo carecen de aminoácidos esenciales, lo que requiere combinaciones dietéticas complejas para compensar estas deficiencias. Como resultado, una dieta basada exclusivamente en proteínas vegetales puede generar deficiencias nutricionales importantes con consecuencias como fatiga, pérdida de masa muscular, debilitamiento de la función inmunológica y problemas en el crecimiento y la reparación celular. Estos efectos son especialmente críticos en niños, adolescentes, mujeres embarazadas y ancianos, quienes tienen necesidades nutricionales específicas y mayores.
Además de las proteínas, la carne es una fuente primordial de nutrientes esenciales que son difíciles de obtener de otras fuentes. El hierro hemo, por ejemplo, se absorbe directamente en el intestino con una eficiencia del 15-20%, mucho más que el hierro no hemo presente en los alimentos vegetales, que se absorbe solo un 5%. La vitamina B12, fundamental para la función neuronal y la síntesis de glóbulos rojos, se encuentra exclusivamente en alimentos de origen animal, al igual que la vitamina D, esencial para el metabolismo óseo y la función inmunológica, pero escasa en dietas vegetarianas. Minerales esenciales como el zinc y el selenio, fundamentales para las funciones enzimáticas y el sistema inmunológico, mejoran aún más el valor nutricional irreemplazable de la carne. El hierro, la vitamina B12 y los ácidos grasos como el ácido transvaccénico (TVA) y el ácido linoleico conjugado (CLA) apoyan funciones cognitivas, inmunológicas y metabólicas.
El ser humano ha llegado a su actual estadio de desarrollo, en parte, gracias a la carne, que desempeñó un papel crucial en nuestra evolución. La inclusión regular de carne en la dieta contribuyó significativamente al proceso de encefalización, es decir, al desarrollo de un cerebro más grande y un metabolismo más eficiente, satisfaciendo las crecientes demandas energéticas de la vida social y cognitiva. El alto contenido energético y la biodisponibilidad de nutrientes de la carne permitió al ser humano reducir el tiempo dedicado a la obtención de alimentos, liberando recursos y tiempo para el progreso social y tecnológico. Este salto evolutivo se aceleró aún más con el “descubrimiento” del fuego, que permitió cocinar la carne, mejorando su digestibilidad y aumentando su valor nutricional.
La supervivencia y evolución humana ha sido posible gracias a nuestra extraordinaria capacidad de adaptación, manteniendo una dieta variada y equilibrada, incluso en condiciones desafiantes como la escasez de recursos o entornos hostiles. El consumo de carne, como cualquier otro alimento, debe ser moderado y guiado por la calidad. Estudios recientes confirman que el consumo moderado de carne dentro de una dieta equilibrada no está relacionado significativamente con un mayor riesgo de enfermedades crónicas, desmintiendo muchos de los prejuicios existentes. Se recomienda consumir entre 2-3 raciones de carne a la semana (equivalentes a 350-500 gramos de carne cocida), priorizando productos procedentes de cadenas de suministro responsables y sostenibles. Este enfoque reduce el impacto medioambiental sin comprometer los beneficios nutricionales de un alimento que sigue siendo central en una dieta completa y equilibrada.
En conclusión, la carne representa una fuente insustituible de nutrientes esenciales para el desarrollo y mantenimiento adecuado del cuerpo humano. Una dieta equilibrada que incluya proteínas animales de manera consciente no es solo una elección dietética, sino una piedra angular para una vida larga y saludable. Renunciar a este alimento, a menudo por creencias ideológicas o modas pasajeras, significa ignorar el crucial papel de sus nutrientes y arriesgarse a consecuencias indeseables para la salud. Si bien es importante reducir el impacto ambiental y apoyar prácticas de producción responsables, la sustitución indiscriminada de proteínas animales por proteínas vegetales compromete la calidad de la dieta y, por ende, la salud pública. Las decisiones alimentarias deben basarse en la evidencia científica y una comprensión racional de sus implicaciones para el bienestar, en lugar de ser impulsadas por emociones o simplificaciones ideológicas.
Puedes leer el artículo completo en italiano aquí y en español en Eurocarne.